«De noche iremos de noche, que para encontrar la fuente, sólo la sed nos alumbra» (San Juan de la Cruz).
El instinto puede ser un camino para saciar la sed en la soledad del ser humano. Pero la mano y la bondad amiga pueden darnos de beber cuando estamos sedientos del amor de Dios.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia…”
Dice el diccionario que el hambre y la sed son un deseo, una necesidad, un apetito y unas ganas de algo.
Los seres humanos hemos sido creados con la capacidad de sentir hambre y sed de manera natural. Este impulso vital mueve a una búsqueda, que cuando se sacia, produce placer.
Nuestros sueños tienen hambre de amor, de bondad, de belleza, de justicia y de paz, pero también sed de poder, de éxito y de venganza. Ambas tendencias, las buenas y las peores, pelean para salir a flote.
Las personas bondadosas desean que se cumpla la voluntad de Dios, la llegada del reino de Dios y su justicia. Su sencillez de espíritu es capaz de reconocer lo que no existe y debería ser, tienen sed y hambre de justicia.
Esta bienaventuranza termina con las siguientes palabras: “Porque ellos serán saciados”
Para Jesús el hambre y la sed de justicia es algo vital cuya búsqueda será saciada, pero en esta bienaventuranza se le ha olvidado decirnos cuándo.
Por tanto, sus palabras nos dicen, bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, los que desean de corazón que se cumpla la voluntad de Dios, porque Dios atenderá su deseo.